viernes, 3 de febrero de 2012

El gol con la mano del Tito Villa y la fantasía de la justicia absoluta


Empecemos por lo obvio: el gol de Villa con el Cruz Azul no debió subir al marcador. Fue con la mano. Fue evidente. Por alguna razón, el árbitro que corría hacia la jugada a unos diez metros no la vio. O la vio y pensó que a pesar de la mano el gol era legal, que la mano no fue intencional, etc. Pero la mano fue intencional y el gol no debió haber contado. Mala decisión del árbitro. Mala apreciación. Parpadeo inoportuno del réferi que le quita dos puntos al Atlante. Mala pata.

Todo podría haber acabado ahí, de no ser por una intensa campañan de medios y televisión para castigar...¡al delantero! Lo más alucinante han sido las acusaciones de deshonestidad contra Villa: de lo que podría juzgarse como una picardía del delantero, se convirtió de inmediato y sin solución de continuidad en la acción del "tramposo delantero azul". Y en nombre del juego limpio y de la justicia hemos visto, oído y leído a varios rasgarse las vestiduras. Como si el Atlante-Cruz Azul hubiera sido el juego de la vida.

Lo peor del asunto es que el tribunal llamado "comisión disciplinaria" decidió castigar a Villa. Lo multó y lo suspendió un partido. Algo inaudito e increible. Hace una semana hablábamos del pisotón de Balotelli a Parker. Ahí el árbitro debió haber expulsado al italiano y con ello no hubiera estado en la cancha para anotar el 3-2 con el que el City derrotó al Tottenham. La diferencia entre ambas acciones radica en se trató en este último caso de un error en la sanción disciplinaria. Lo de Villa fue un error de apreciación: al juez se le fue una mano clarísima. Balotelli aceptó su castigo de cuatro partidos de suspensión y no apeló. A Villa además de la multa y de la suspensión le han llovido calificativos contra su calidad moral.

Interpreto esta avalancha de moralidad como un síntoma de la excepción mexicana: único país donde el ojo omnipresente de la televisión y las repeticiones sirve para juzgar la intención de los jugadores. Lo llamativo es que, para el público, "Tito" Villa pasó a ser de inmediato el malo de la película, el malhechor enemigo del orden y la deportividad. Y por eso se explica el castigo que le cayó: por que se le adjudicó desde el comienzo la etiqueta de tramposo. En esa versión de los hechos, al público y a los comentaristas les cabe por autoasignación el papel del jurado. Creo que se trata de una manifestación clara de una especie de fantasía de la justicia absoluta que refleja la necesidad pública por restituir y reparar lo que las fallas de un juez incapaz han estropeado. Es querer arreglar a posteriori y con un tribunal que supervise a los jueces lo que pasa en el campo de juego. El ojo de la televisión y la moralidad pública vigilará de ahora en adelante a los jugadores tramposos que quieran hacerse los vivos. Esta idea de la justicia absoluta tiene poco que ver, según entiendo, con el juego, con el futbol como actividad lúdica donde a veces meter la mano sin que te vea el árbitro es parte de los recursos disponibles para el jugador.

Los indignados moralizantes estarán más tranquilos. A los que nos gusta el futbol se nos retuerce el gesto sólod de pensar que el ojo omnipotente de la televisión quiere controlar desde sus alturas el juego.

domingo, 22 de enero de 2012

"Al otro, pisalo"



Llevamos cuatro o cinco días viendo una y otra vez, repetida por todas partes, la imagen en la que Pepe que le pisa la mano a Messi. La escena ha producido indignación y ha levantado buena dosis de polémica. En un partido de fútbol es común que se produzcan escenas de rudeza, a veces extrema, en la disputa de la pelota. Pero hay dos razones por las que me parece han vuelto especialmente acerba la polémica.

La primera es el nombre de los involucrados y la magnitud del encuentro. Los antecedentes juegan en contra de Pepe, jugador que ya alguna vez ha agredido arteramente a varios contrarios. Encima, Pepe agredió al que quizá sea el futbolista más popular y simpático del momento, y quizá del futbol moderno. Si esto no bastara, la escena se produce justo en la enésima edición del clásico Real Madrid-Barcelona en menos de un año; es de sobra conocido que en los enfrentamienos anteriores menudearon los roces y las agresiones (verbales y físicas). Vaya que Pepe no podría haber escogido peor momento y peor oponente para envalentonarse, que es finalmente lo que hace, y tratar de amedrentar al adversario. La segunda agravante consiste en la agresión se produce estando Messi tirado en el suelo, sin estar en disputa la pelota. Es decir, más indefenso no podía estar el de por sí frágil jugador argentino. Estas agravantes han magnificado lo que ya de suyo es grave: Pepe pisó deliberdamente a Messi y el árbitro debería haberlo expulsado por ello. Es posible, entonces, que la polvareda que se ha levantado sea un poco exagerada.

El día de hoy sucedió una escena parecida en el partido Manchester City-Tottenham. El video ilustra estas líneas. De nuevo las imágenes son impresionantes porque Balotelli tropieza con la cabeza de Parker, tirado en el suelo, y cuando parece que la cosa terminará en ese choque accidental, el italiano acierta a pisar la cabeza de su oponente. Balotelli se da cuenta de inmediato de lo que ha hecho y se acerca a pedir disculpas. Debía ser expulsado de todas maneras porque da la impresión de que lo hace deliberadamente o de que al menos podría haber evitado ese último movimiento. Lo descorcentante sucede a continuación: Parker, luego de un momento, se levanta (algo mareado, eso sí) y sigue el partido como si nada y ni él ni nadie del Tottenham va a reclamarle al delantero por su agresión.

Sospecho que, si bien el foul de Balotelli generará bastante polémica, ésta será algo menor a la que el pisotón de Pepe ha levantado. La razón se halla, creo, en que Balotelli disputa la pelota y si bien el segundo pisotón en la cabeza de Parker pudo no ser accidental más parece una acción de extrema torpeza (que, insisto, merecía sanción de roja) de un jugador excéntrico "pero no mal intencionado".

Estas dos acciones recuerdan las diferencias entre las dos ligas: en España parece haber una extrema sensibilidad a las acciones bruscas y en nombre de un ideal del deportivismo. Es posible imaginar que lo de Balotelli generaría una animadversión eterna contra él. La intuición dice que en Inglaterra, pese a las protestas esperables, la acción se diluya entre muchas otras que sucede en una liga donde predomina el juego extremadamente físico.

Muy distinta es la actitud de quien pronunció las palabras que encabezan estas líneas. Todos recordamos a Bilardo y su peculiar manera de entender el espíritu deportivo. "Al otro, pisalo", significa desconocer al otro como oponente y verlo como enemigo. Me parece que la acción de Balotelli, dadas las circunstancias, está lejos del bilardismo.

miércoles, 18 de enero de 2012

El clásico y la crisis


(Imagen: as.com)

El año 2011 será recordado por muchos españoles como un año más de la crisis devastadora que se llevó el bienestar y el empleo de muchos. Las cifras escalofriantes de la tasa de desocupación en España alcanzaron dimensiones históricas: hoy, números más, números menos, están sin trabajo dos de cada diez de quienes están en edad y condiciones de poder hacerlo. Un país estancado y con un ejército de hombres y mujeres para los que el domingo es igual que el lunes.
No por nada, 2011 fue también el año de las primeras movilizaciones para denunciar los abusos y desigualdades del sistema ecónomico y la abulia de las elites políticas españolas. Muchos salieron a las calles a protestar y ocuparon plazas para hacer evidente que los partidos políticos tradicionales -al servicio del "mercado"- peridieron el vínculo de representatividad que los une a la ciudadanía. Muchos otros también dejaron el país, emigraron a buscar trabajo.

Estoy seguro de que una de las razones por las que 2011 no fue el año de una explosión social mayor ha sido el clásico: el año que apenas acaba de terminar será recordado también como el año de los siete enfrentamientos entre el Real Madrid y el Barcelona. Se enfrentaron en cuatro torneos oficiales distintos por primera vez en la historia. No hay manera de medirlo, ni hay manera de tener certeza sobre esto, pero intuyo que la inédita frecuencia con que se enfrentaron ambas escuadras hizo las veces de válvula de escape que sirvió para que la crispación social se diluyera un poco; o más bien para que se trasladara al campo de juego y a las salas de prensa. Los clásicos del 2011 serán recordados por las tensiones, insultos y descalificaciones entre ambas escuadras: las acusaciones de trampa, engaño, la rudeza en la cancha y el juego sucio que campeó sobre todo en los duelos del mes de abril. El culmen de esa tensión fue la manera en que el sexto enfrentamiento acabó, con la agresión que ilustra estas líneas. Es evidente que esta violencia ritual (inocua a final de cuentas) sirvió para canalizar buena parte de la energía que de otra manera debía haber terminado en protestas callejeras. Antes del último clásico del año, el entrenador del Barcelona -ya sea retóricamente, ya sea en serio- pedía que la prensa se centrara en lo esencial: no en si usaría tres defensas o cuatro, sino en si la Unión Europea aprobaba nuevos fondos para paliar la crisis financiera: "Que Merkel y Sarkozy nos saquen de esta", decía. Síntoma de que en 2011 Mourinho y Guardiola tuvieron más tiempo al aire en televisión y radio y más espacio en las portadas de los diarios del que merecían en un año de crisis.

Hoy, en unas horas se enfrentan de nuevo Real Madrid y Barcelona. Probablemente se pueda ver por primera vez un buen partido de futbol sin los aspavientos de polémica que lo rodearon el año pasado. El revuelo ha sido menor debido quizá a la resaca de la excesiva intensidad con la que se vivieron los anteriores. O quizá sea porque el efecto anestésico se está pasando y el fútbol vaya perdiendo capacidad de atraer la atención de asuntos más importantes: el juez Garzón sentado en el banquillo de los acusados, la crisis, la corrupción en la casa real. Esas cosas.

lunes, 16 de enero de 2012

Homeland ¿Quién es el enemigo?


I

Justo en el año en que Estados Unidos decidió retirar sus tropas de ocupación de Irak comienzan a emerger las ficciones que fijan su mirada en ese abominable episodio para la humanidad como cosa del pasado. Homeland es una serie que cuenta la historia de un veterano, el sargento Nicholas Brody (interpretado por Damian Lewis) que regresa a casa después de ocho años de cautiverio. Se podría decir que la producción audiovisual (exhibida en la cadena Showtime en doce episodios desde el 2 de octubre pasado) desea ahora procesar la experiencia y enfrentar a la gran audiencia al trauma que consiste en reintegrar a los que vuelven de la expedición. Parece lógico querer explicar ahora qué ha pasado en esos ocho años y la perspectiva elegida no puede ser más elocuente de las intenciones del proyecto: se trata de la visión que se tiene del enemigo desde los órganos oficiales encargados de la seguridad nacional. Por eso se explica no sólo el título de la serie, sino que la protagonista principal sea una celosa y metódica agente de la CIA, Carrie Mathison (interpretada por Claire Danes).

Es claro que existe la necesidad de crear un relato acerca de esos años que justifique el horror de la invasión (mientras aún hay tropas en Afganistán) y que dé coherencia a este final en sordina de la "guerra contra el terror" comenzada por Bush II. Por estos días, la serie ha sido reconocida como la mejor del año y la actriz principal ha recibido un Globo de Oro por su trabajo. Estos premios coinciden con la aparición en la prensa norteamericana de imágenes de soldados desplegados en Afganistán en las que se los ve orinando sobre cadáveres de sus oponentes, supuestamente Talibanes. La reacción condenatoria de la mayoría de la opinión pública ha llevado al reconocimiento de implicaciones más profundas. Sebastian Junger, por ejemplo, afirma contundente en el Washington Post: "Todos somos culpables de deshumanizar al enemigo".

Uno de los puntos fuertes de Homeland es precisamente la idea que tiene del enemigo. En el proceso de revisión de lo acontecido concentra su atención en la construcción de la "amenaza" que el otro constituye. Homeland se produce luego de la ola que encumbro a Samuel Huntington como el gran ideólogo de las invasiones a Afganistán e Irak y su exitosa exitosa del paradigma de la "guerra entre civilizaciones". ¿Quién es el otro? ¿Quién es el enemigo? Como se ve, la combinación de todos estos factores han hecho de Homeland la ficción audiovisual más densa e interesante de los últimos años. El eslogan con el que Showtime anunció la serie resulta en este sentido bastante elocuente: "La nación lo ve (a Brody) como un héroe. Ella (Mathison) lo ve como una amenaza". La pregunta es si con todos estos ingredientes la serie logra dar una imagen convincente del pasado reciente. Me parece que al menos problematiza esa imagen y enuncia la realidad conflictiva en la que vive la política estadounidense de la era del terror post-Bush II, aunque no siempre con la complejidad requerida.

Para quién no ha visto la serie es mejor detener la lectura aquí. Se trata antes que nada de un "thriller" que mantiene la tensión entre las apariencias. Lo que sigue son algunas reflexiones sobre la construcción del "enemigo" que la serie maneja, y necesariamente debo referirme a detalles de la trama.


II

Los personajes adquieren profundidad desde el mismo comienzo, lo que conjura el peligro inmediato de estar frente a clichés. Todo transcurre para el espectador
a través de los ojos de la agente de la CIA, y de su mirada paranoica: esto genera que un efecto que separa la versión oficial de la que circula en los medios de comunicación masiva. Ese efecto se observa de inmediato: cuando la televisión anuncia que tropas norteamericanas han rescatado a Brody, secuestrado durante ocho años en una mazmorra, Mathison sospecha que haber sobrevivido tanto tiempo no es normal, y que el marine pudo haber colaborado con el enemigo y convertirse en uno de ellos. Así que ordena espiarlo y ella misma debe enfrentarse a sus superiores para justificar las suspicacias que el teniente recién liberado le genera.

Ella se encarga del espionaje. A partir de ahí se genera una simbiosis entre ambas vidas: la del veterano de guerra aquejado por los traumas del largo cautiverio y la de la espía que vive prácticamente para su trabajo. Las escenas en las que Mathison espía a Brody y a su esposa en pleno acto sexual sirven para caracterizar por contraste la soledad en la que vive la neurótica agente. En algo recuerdan estas escenas al espía de la Stasi de La vida de los otros: en ambos casos el policía vive de manera vicaria la vida de su vigilado. Al correr de los acontecimientos, el espectador sabrá que Mathison ha desarrollado una especie de obsesión con Brody, e incluso que se ha enamorado de él. La relación entre ambos es quizá la parte mejor lograda del drama, por la manera en que estos solitarios encuentran consuelo de su desamparo en las horas que pasan juntos, lejos de sus papeles de vigilante y vigilado.

La agente utiliza información de su labor de espionaje para comenzar su affaire con el ex-soldado; al tiempo que obtiene información gracias a su intensa cercanía. Pero esta relación enfermiza es el síntoma de la transformación más profunda de la idea de enemigo: Mathison, a pesar de acostarse con Brody, lo sigue considerando un colaborador de los terroristas, como representante del mal absoluto, como un traidor. ¿Puede el enemigo ser uno de los nuestros? Esta es la parte más neurótica de la trama: como las dictaduras del Cono Sur en los setenta, para la CIA el enemigo es cualquiera. Para un estado policial, no hay límites para lo que considera una amenaza. Todos son una amenaza. Pero la trama no llega a ese modo del extremismo. Más bien se dirige a mostrar a Brody como un converso al islam, seducido por las ideas justicieras del enemigo. Un enemigo que se ha infiltrado en el tejido de la estable y clasemediera sociedad norteamericana.

Homeland tiene el mérito de poner en escena los métodos utilizados por la CIA y cuidadosamente dar a entender que sus prácticas bordean la tortura. La serie alude solo una vez a Guantánamo, cuando se muestra a un prisionero encapuchado al que la CIA saca información luego de un interrogatorio de manual. Es solo una alusión que deja en una zona oscura el estado de excepción practicado por los Estados Unidos por sus organismos de defensa.

La serie pone en escena y dota de un relato al estado policial de los Estados Unidos del siglo XXI: un estado en permanente paranoia que desconfía de todos. Sintomáticamente Carrie Mathison padece un trastorno bipolar y es un claro ejemplo del carácter obsesivo-compulsivo. Para tratarse, necesita tomar drogas constantemente. Estos rasgos justifican o explican su aguda pericia como espía y analista de inteligencia. Pero también son la perfecta expresión del trastorno producido por la "guerra contra el terror": esta paranoia social frente a una omnipresente amenaza de la invasión y la destrucción sociedad norteamericana. Como buena paranoica, la agente Mathison es un manojo de profecías que terminarán por cumplirse.

Es muy significativo que tras casi una década de ocupación, Homeland quiera expresar la persistencia del peligro terrorista. Pero esta vez no se trata de fundamentalistas lejanos o exóticos dictadores, sino de occidentales conversos. Los que vuelven a casa tras pasar mucho tiempo en el frente son la nueva causa de desestabilización. Brody sería, en ese sentido, el enemigo "perfecto", alguien que no puede ser identificado como el otro, que se confunde con "nosotros".

Es como si se hubiera dado un giro entero, como si se quisiera confesar que luego de todo este tiempo el enemigo nunca fue otro que las propias proyecciones sobre el otro, que el enemigo siempre estuvo en casa. Estados Unidos ha pasado tanto tiempo combatiendo al enemigo que su propia identidad está en plena disolución: las fronteras entre la amenaza real y la alucinación es muy tenue. La locura, vaya.

martes, 10 de enero de 2012

Suazo se quiere ir

Humberto Suazo anunció la tarde de este martes lo que era evidente desde hace semanas: no quiere seguir en Monterrey. La historia es larga y poco clara. Parece que "Chupete" quiere volver a Chile o al menos estar cerca de su tierra natal. Razones personales. Un familiar enfermo. Por ello, Suazo regresó solamente el 3 de enero a los entrenamientos, dos semanas más tarde que sus compañeros, si bien este retraso no ha sido excepcional: "Chupete" siempre se toma su tiempo y ha llegado tarde luego de las últimas dos navidades. El C. F. Monterrey, donde ha estado el último par de años no quiere soltarlo. Quiere vender a Suazo (no le interesa prestarlo) a quien le reconocen sus méritos deportivos pero le reprochan sus desplantes de figura mimada. Por otro lado, Humberto siempre ha sido así, desde que estaba en Colo Colo, y si no que lo diga Claudio Borghi, que fue más un mentor, un padre para él que un técnico.

Al igual que en el caso de Carlos Tevez, la prensa se ha adelantado a explotar la historia desde el escándalo: se habla de los caprichos del jugador, de lo inequitativo del trato que recibe y no faltan quienes con mala leche critican su forma física (cuando "Chupete" nunca ha sido esbelto) o su mala relación con la prensa (cuando se trata más bien de un tipo tímido, muy casero y retraído).

Curiosamente, llama la atención que esa prensa siempre ávida de detalles de la vida personal del futbolista se desentienda ahora totalmente de las "razones personales" que alega Suazo para querer irse. Tal parece que la vida privada de las figuras solamente importa cuando se puede vender como escandalosa. Pero si un goleador, ídolo de la hinchada, tiene a su madre enferma y quiere estar cerca de ella, entonces se insiste en su "deber profesional", en el dinero que gana, en lo privilegiado de su actividad. Molesta que haya tanto imbécil tratando de cuidar el dinero de los dueños de los equipos. Molesta tanta hipocresía.

lunes, 9 de enero de 2012

Sobre el Balón de Oro

I

Lionel Messi ha ido a Zúrich ayer a recoger su tercer balón de oro, el premio que antes daba la revista France Football y ahora da la FIFA. Un amigo me decía una vez que los títulos deberían bastar como premio para el que lo hace mejor. Su idea era que ya el ser campeón de una liga o el vencedor de una copa constituía era un mérito en sí mismo que volvía innecesario organizar una ceremonia al final de año para repartir un premio al mejor. Es como si al final del torneo de Wimbledon hubieran nombrado mejor jugador a Djokovic, o incluso (para mayor ironía) a Rafa Nadal. Bien, pues este sinsentido es posible en el balompié.

Y se debe a que el fútbol es un deporte colectivo, y hay una necesidad por individualizar, por distinguir de entre el conjunto a "los mejores". Y es aquí donde se arman discusiones eternas sobre "quién-es-el-mejor-jugador-del-mundo-si-Messi-que-es-el-que-mete-los-goles-o-Xavi-que-es-el-que-se-los-pone". Debates bizantinos que creo tienen más interés y pasión y mejores argumentos en el patio de cualquier colegio que los que inundan la prensa mundial.

Creo que en la discusión reciente sobre quién merece más la distinción subyace la desazón que el juego del Barcelona ha provocado en los últimos años. Más que nunca, el fútbol ha vuelto a ser un juego colectivo, en el que participan todos; en el que lo mismo ataca el portero que defiende el centro delantero. Me parece que el Barcelona incluso ha dinamitado la idea que teníamos de juego posicional. Para no ir más lejos, Dani Alvés fue nombrado en el mejor once del año como lateral derecho, pero esta temporada la ha jugado de extremo. Decir que Xavi es un pivote, mediocentro, medio de contención o cinco es sólo una convención del lenguaje: en la cancha juega a otra cosa. ¿De qué juega Messi? Se ha inventado eso del "falso nueve". Pero creo que Messi juega de Messi en el Barcelona de Guardiola. Es decir, se trata de un equipo en el que el esfuerzo de cada uno lo ha vuelto mejor, y en el que cada uno eleva su nivel gracias al esfuerzo del de al lado. Eso es lo que hace diferente a este equipo, que ya ha tenido reconocimientos y confirmaciones de que son los mejores de sobra ganando cinco de seis títulos en 2011.

II

He puesto la foto del ganador del balón de oro en 1999 porque disfruté mucho viéndolo jugar. Rivaldo era un jugador incontenible y un fenómeno en la cancha que luego de ese año espectacular se fue apagando poco a poco. 1999 fue la cumbre de su carrera y brilló por encima de todos sus compañeros de aquel año en el Barcelona. Siempre que escucho debates sobre quién es el mejor del mundo me acuerdo de Rivaldo y en qué hizo para ser considerado el mejor ese año. Más allá de los goles, él y Messi y Xavi e Iniesta comparten una característica esencial: son imprescindibles y si los quitas de la cancha se nota un hueco enorme, y necesitas variar la forma de jugar para poder suplirlo porque el que juega en su lugar no basta. Son únicos.

III

La foto de Rivaldo me hace pensar en otra cosa. Ahora que Messi ha ganado el premio tres veces consecutivas (si bien pienso que dentro de los absurdos de la historia quedará que en 2010 ningún campeón del mundo lo ganó) creo que el premio ha adquirido más prestigio. Es como la Copa del Rey: hace cinco años no era tan importante ganarla. La última, ya se vio, la festejó el Real Madrid como si fuera el mundial; y el año antes el Sevilla. En el año en que el premio lo ganó Rivaldo no recuerdo ningún debate ni remotamente parecido al actual. En 2006 se lo dieron a Cannavaro, y si bien más de uno levantó la ceja no corrieron ríos de tinta como hoy. Una vez más, me parece que el Barcelona y su juego ha contribuido ha cambiar la idea que tenemos sobre el juego y sobre ganar.

IV

Es un premio por el que votan jugadores, entrenadores y periodistas de todo el mundo. En realidad es como una encuesta de élite. Se supone que esta muestra de opiniones es lo suficientemente representativa y asegura al menos que intervengan los que se cree que saben más. Es lo que tienen los premios, que dependen de las opiniones de unos cuantos. Parece que este año el público (del mundo mundial) podía votar vía internet por el mejor gol. Ganó uno de Neymar, pero el de Rooney era por mucho el mejor. Se ve que los internautas brasileños fueron más que los de Manchester. De todos modos ese premio era una especie de consolación, como cuando dan el Óscar a los mejores efectos especiales.

domingo, 8 de enero de 2012

Monumentalidad de la corrupción: Costumbres barrocas

(Foto: Ángel Sánchez elpaís.com)

El monolito que aparece en la foto es una efigie de un político castellonense, el egregio benefactor que construyó un aeropuerto a su ciudad. Ya se sabe que ese aeropuerto es una rareza en el mundo: es el único que desde su inauguración carece de aviones. El detalle de que se haya construido un aeródromo sin haber necesidad parece ahora menor al lado del mamotreto que a modo de monumento se está levantando para homenajear al benefactor. El improbable y siempre futuro usuario de las instalaciones no podrá nunca olvidar quién tuvo la idea de levantar el edificio.




Entre tanto, en México ha causado similar indignación otro monumento que, aunque sin un rostro tan personal, ha sido ordenado por el presidente en turno para festejar los doscientos años de la independencia. Se trata de una especie de obelisco o columna enclavada en el centro de la capital que proyecta luces. En su construcción, al igual que en el caso del aeropuerto, se han invertido cantidades escandalosas de dinero, lo que hace pensar de inmediato en que lo que hay detrás de tanto cementos es la corrupción y desviación de fondos. Y la utilidad de ambas estructuras es la misma: es decir, es nula.

El revuelo y el rechazo público que obras como estas suscitan no parecen detener y ni siquiera inquietar a sus promotores. Ambos políticos proceden de acuerdo a una misma cultura política: el populismo de derecha que busca cubrir de adornos y de espuma vistosa el ejercicio del poder. Como si fueran monarcas del Barroco, entienden que lo importante no es la efectividad de su gobierno sino el adoctrinamiento de las masas. El monumento que se acaba de inaugurar en el Paseo de la Reforma está ahí únicamente para recordarle al ciudadano la majestuosidad del poder y para distraerlo con sus luces y su aparatoso e inútil despliegue de tecnología del hecho de que hay alguien que los domina. Y para convencerlos de que es bueno que sean dominados. Ignoro si la sofisticación de quien ocupa la presidencia en México llegue a tanto, pero lo que es seguro es que al ordenar la construcción de la torre responde al impulso de una tradición política bastante arraigada, que se remonta al absolutismo español y sus reverberaciones virreinales. A pesar de la oposición y de lo escandaloso e inmoral del despilfarro de dinero público, ha calculado que el gesto que refuerza su supremacía será entendido y aceptado por la inmensa mayoría.

La semana en imágenes según Cuartoscuro Inauguracion_Estela-9 – Animal Politico