México y especialmente su ciudad capital han sido recientemente escenario de catástrofes y otros simulacros del fin del mundo. Desde la caída del avión del secretario de Gobernación en pleno Reforma, hasta una pandemia de gripe (fríamente calculada y convenientemente magnificada), pasando por la parodoja no menos significativa de ser un territorio azotado al mismo tiempo por la sequía y las inundaciones. La crisis financiera se ensaña con algunos países, (México, por ejemplo; aunque ahí está España también) devaluaciones y desempleo mediante. No menciono la cuota diaria de muertos por la violencia derivada del tráfico de drogas. Van 14, 000 en los últimos dos años y medio. Ni los cotidianos casos de corrupción que se suceden unos a otros y se superan en el escándalo creado, para caer de inmediato en el olvido.
Pocos se preguntan si la población puede arreglárselas para vivir en medio de tanta catástrofe. ¿Qué idea se puede tener de la vida "normal", desayunando todos los días con la noticia de que el apocalipsis, si bien no ocurrió anoche, ocurrirá esta tarde?
Otra cosa es que cualquiera sabe que no hay mejor clima para el autoritarismo que esa constante percepción de precariedad. Los gobiernos se anuncian como los nuevos brujos: son los únicos capaces de salvar a la tribu del fin del mundo que se aproxima. Esta farsa tiene lugar todos los días en países como México.
Por ejemplo, hoy el hechicero ha dicho que hay que pagar más impuestos. Que en 79 años no hayan podido administrar el dinero de la hacienda pública sin robárselo, no importa. Los impuestos en la comida y los alimentos son la panacea. Así hasta que se vuelva a acabar el mundo. Mañana, probablemente.
Pocos se preguntan si la población puede arreglárselas para vivir en medio de tanta catástrofe. ¿Qué idea se puede tener de la vida "normal", desayunando todos los días con la noticia de que el apocalipsis, si bien no ocurrió anoche, ocurrirá esta tarde?
Otra cosa es que cualquiera sabe que no hay mejor clima para el autoritarismo que esa constante percepción de precariedad. Los gobiernos se anuncian como los nuevos brujos: son los únicos capaces de salvar a la tribu del fin del mundo que se aproxima. Esta farsa tiene lugar todos los días en países como México.
Por ejemplo, hoy el hechicero ha dicho que hay que pagar más impuestos. Que en 79 años no hayan podido administrar el dinero de la hacienda pública sin robárselo, no importa. Los impuestos en la comida y los alimentos son la panacea. Así hasta que se vuelva a acabar el mundo. Mañana, probablemente.
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