
Al neoliberalismo le molesta la gente. Sobre todo si son muchos y exigen derechos. Y si están sindicalizados, peor aún. Los sabuesos neoliberales latinoamericanos tienen una lógica impecable: si la empresa pública pierde dinero y no presta un servicio eficiente, en lugar de corregir el problema con más inversión, culpan a los trabajadores (son muchos y encima quieren comer y tener seguro de salud) y cierran la empresa. De poco valen ahora las atenuantes que se esgrimen. Que si Luz y Fuerza era un hoyo negro que succionaba recursos, que si el sindicato era la propiedad privada de unos cuantos caciques, que si sale carísimo mantenerlos a la larga. Nadie se ha probado tales abusos, como sí están probadas las inmensas fortunas de Gordillo y compañía o Romero Deschamps. Digo que de poco vale tales razonamientos ante lo contundente del abuso. La imagen lo dice todo de la idea de democracia que tiene el neoliberalismo: el Estado existe en forma de policía militarizada. Contra los sindicalizados, mano dura. La mano dura que claman ahora a coro columnistas que rememoran complacidos el Tatcherismo (Bastidas en El País, Mota en Milenio) y al mismo tiempo se llenan la boca hablando de democracia y estado de derecho. Imaginan que nuestros enanos neoliberales llevarán por arte de magia al país al primer mundo. Que digan lo que quieran, pero que no hablen de democracia. No saben lo que es eso. Como si al desaparecer al sindicato por decreto, desaparecieran también la gente. Eso quisieran, porque molestan mucho.
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