viernes, 26 de agosto de 2011

Año 2011: Monterrey, un jueves de agosto

(Foto: Carlos Rangel, milenio.com)

A estas horas ya muchos habrán visto en las noticias lo que pasó. O al menos se habrán hartado de repasar una y otra vez los diarios para siquiera poder imaginarse una explicación. Por más que los acontecimientos se repitan y una otra vez, el horror no puede convertirse en costumbre.

Hace unos días vimos lo que sucedió en Torreón, afuera del estadio mientras se jugaba el Santos-Morelia y un amigo de Colombia escribió al día siguiente contando lo mal que le parecía que las notas periodísticas insistieran en que el ataque no había sido contra los espectadores, que el futbol no tenía nada que ver con el tiroteo, que los violentos estaban afuera del estadio. Decía este amigo que esa era una buena manera de desentenderse de lo que pasa, como si los medios, autoridades y público se sintieran más aliviados al encontrar la explicación más simplista a la mano: "los disparos no eran contra nosotros", "los narcos se matan entre sí".

Se puede entender que esa explicación tranquilizante sirva para amortiguar la primera impresión, el shock de la violencia. Lo mismo sucederá hoy, este viernes luego del ataque de ayer en Monterrey. Y se hablará de nuevo desde el miedo y se pedirá mano dura y que el ejército salga a las calles. Se pedirá incluso que el ejército vigile en los estadios de fútbol.

Sin embargo, estas reacciones producidas por la emoción y por el rechazo a lo que muestran las imágenes de televisión no pueden ser duraderas. Una vez superado ese momento de miedo, habrá que pensar de dónde viene esta violencia y habrá que pensar en soluciones para el largo plazo. Habrá que plantearse seriamente cómo ayudar a las víctimas. De eso se trata, de tratar de explicar por qué la idea de la "guerra contra las drogas" es el problema y no la solución.

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