domingo, 18 de septiembre de 2011

El crimen y la banalización del mal en México: Un debate


Recientemente se ha discutido entre algunos articulistas en México acerca de si el concepto del "mal" puede servir para pensar en otros términos la situación de violencia generada por la así llamada "guerra contra el narco".
Jesús Silva-Herzog Márquez ha escrito que, dado que los ejecutores de la masacre que le costó la vida a decenas de personas el mes pasado en el ataque a un casino en Monterrey no actuaron "intoxicados de una idea radical" ni necesariamente siguieron "las instrucciones de la divinidad", es posible recurrir a la noción de la "banalidad del mal" usada por Hanah Arendt para intentar entender las atrocidades cometidas en función de una motivación mucho más básica e inmediata, más propia de un "burócrata aburrido que simplemente cumplía órdenes". Silva-Herzog Márquez apela entonces por introducir la dimensión moral en la discusión pública y que, además de exigir responsabilidad al Estado, ve necesario "registrar el hecho de que miles de jóvenes mexicanos de hoy están dispuestos a vivir una vida corta donde la complicidad de la violencia es su único albergue".
Hay quienes frente a la introducción de la categoría del "mal" ven un riesgo; Carlos Bravo Regidor piensa, por ejemplo, que este giro en la discusión permita a los acutales representantes del Estado eludir su responsabilidad, llevando la discusión a un nivel muy abstracto en el que la "dimensión moral" lo absorba todo, y que fuera aprovechado como un recurso político harto efectivo para simplificar problemas complejos, para invalidar ideas diferentes, para acallar a quienes piensan distinto y poner fin a la deliberación democrática; y en último término legitimar la así llamada "guerra contra el narco". En suma, Bravo Regidor no ve "cómo la reflexión moral a propósito del crimen como encarnación de "EL MAL" puede ayudarnos a enfrentar eso que las el desafío de la convivencia".
Parece claro que los crímenes y el incremento de la violencia en los últimos años ha obligado a una reflexión que supere la prisa de la coyuntura. Y en esto, los articulistas citados avanzan un poco, cada uno en sus posturas (en apariencia encontradas). El peligro que advierte Bravo Regidor es el de que al atribuir determinadas acciones criminales (como lo puede ser la masacre de Monterrey y otras como la de San Fernando hace un año) a la naturaleza del mal como absoluto, se tiende a diluir las responsabilidades y nos inserta a todos en la narrativa simplista con la que los actuales representares del Estado han justificado la militarización del país. De acuerdo a este relato de "buenos contra malos" el ejército y el gobierno reciben una legitimidad que de otra manera no podrían obtener para luchar contra "EL MAL" (tal como lo escribe Bravo Regidor). Esa versión de los hechos elimina matices, deja las cosas en blanco y negro y facilita la aprobación de la respuesta autoritaria de un régimen encabezado por un presidente débil que ha llegado al poder con poco respaldo popular.
Sucede, sin embargo, que si se emplea, tal como propone Silva Herzog, la idea de la "banalidad del mal" de Arendt para pensar esta coyuntura, es posible efectivamente llegar a plantear la cuestión de forma verdaderamente radical y que no desemboquen en la anulación del debate y la descarga de responsabilidades del Estado. En las reflexiones de Silva Herzog hay ya varias preguntas implícitas: ¿cómo es posible que ahora mismo haya en México masas de jóvenes que vean en el crimen organizado una forma de vida?; ¿qué condiciones materiales han dado lugar a la formación de estas estructuras burocráticas de la muerte y exterminio que son la mafia y los cárteles?; ¿qué es lo que ha hecho posible que esta forma "banal" del mal, que anula el pensamiento y abstrae la humanidad de la víctima para exterminarla, se haga presente en la sociedad mexicana de los últimos treinta años (los años del neoliberalismo)?
La reflexión sobre la banalidad del mal coloca el acento de nuevo en la parte humana de esta crisis y su planteamiento más radical dificulta que el poder la instrumentalice para su legitimación.

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