miércoles, 18 de enero de 2012

El clásico y la crisis


(Imagen: as.com)

El año 2011 será recordado por muchos españoles como un año más de la crisis devastadora que se llevó el bienestar y el empleo de muchos. Las cifras escalofriantes de la tasa de desocupación en España alcanzaron dimensiones históricas: hoy, números más, números menos, están sin trabajo dos de cada diez de quienes están en edad y condiciones de poder hacerlo. Un país estancado y con un ejército de hombres y mujeres para los que el domingo es igual que el lunes.
No por nada, 2011 fue también el año de las primeras movilizaciones para denunciar los abusos y desigualdades del sistema ecónomico y la abulia de las elites políticas españolas. Muchos salieron a las calles a protestar y ocuparon plazas para hacer evidente que los partidos políticos tradicionales -al servicio del "mercado"- peridieron el vínculo de representatividad que los une a la ciudadanía. Muchos otros también dejaron el país, emigraron a buscar trabajo.

Estoy seguro de que una de las razones por las que 2011 no fue el año de una explosión social mayor ha sido el clásico: el año que apenas acaba de terminar será recordado también como el año de los siete enfrentamientos entre el Real Madrid y el Barcelona. Se enfrentaron en cuatro torneos oficiales distintos por primera vez en la historia. No hay manera de medirlo, ni hay manera de tener certeza sobre esto, pero intuyo que la inédita frecuencia con que se enfrentaron ambas escuadras hizo las veces de válvula de escape que sirvió para que la crispación social se diluyera un poco; o más bien para que se trasladara al campo de juego y a las salas de prensa. Los clásicos del 2011 serán recordados por las tensiones, insultos y descalificaciones entre ambas escuadras: las acusaciones de trampa, engaño, la rudeza en la cancha y el juego sucio que campeó sobre todo en los duelos del mes de abril. El culmen de esa tensión fue la manera en que el sexto enfrentamiento acabó, con la agresión que ilustra estas líneas. Es evidente que esta violencia ritual (inocua a final de cuentas) sirvió para canalizar buena parte de la energía que de otra manera debía haber terminado en protestas callejeras. Antes del último clásico del año, el entrenador del Barcelona -ya sea retóricamente, ya sea en serio- pedía que la prensa se centrara en lo esencial: no en si usaría tres defensas o cuatro, sino en si la Unión Europea aprobaba nuevos fondos para paliar la crisis financiera: "Que Merkel y Sarkozy nos saquen de esta", decía. Síntoma de que en 2011 Mourinho y Guardiola tuvieron más tiempo al aire en televisión y radio y más espacio en las portadas de los diarios del que merecían en un año de crisis.

Hoy, en unas horas se enfrentan de nuevo Real Madrid y Barcelona. Probablemente se pueda ver por primera vez un buen partido de futbol sin los aspavientos de polémica que lo rodearon el año pasado. El revuelo ha sido menor debido quizá a la resaca de la excesiva intensidad con la que se vivieron los anteriores. O quizá sea porque el efecto anestésico se está pasando y el fútbol vaya perdiendo capacidad de atraer la atención de asuntos más importantes: el juez Garzón sentado en el banquillo de los acusados, la crisis, la corrupción en la casa real. Esas cosas.

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