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martes, 22 de junio de 2010

Banderas contra las balas


Desde La Redacción

En época de mundial, y cuando la lluvia de balas y muertos no parece amainar, el único antídoto parece el patriotismo más básico. El ejército en México repartirá 20 millones de banderas. Y cuando cada uno tenga su bandera, ¿qué?

sábado, 13 de marzo de 2010

El "affaire" Aguirre

Por Demetrio Macías
Cuando Javier Aguirre respondía las preguntas del conductor de un programa de la estación Cadena Ser de Madrid el pasado 15 de febrero, no podía imaginar la ola de vejaciones que iba a sufrir durante las siguientes semanas. En esencia, irritaron a los periodistas mexicanos dos cosas: por un lado, la claridad con que Aguirre justificó su deseo de dejar el puesto de entrenador nacional, luego del mundial, por el estado de violencia generado durante los últimos cuatro años por la llamada "guerra contra el narcotráfico"; por el otro, las genuinas reservas que mostró en la entrevista respecto de las posibilidades de México de acceder a los cuartos de final. El tipo sabe de lo que habla. No le falta razón cuando advierte que las expectativas de ganar el mundial son desmesuradas, aunque muchas empresas (entre ellas Televisa, la dueña de la Selección) lucren con la creación de espectativas. Y cuando dijo que la violencia del narcotráfico ya estaba ahí desde hace por lo menos dos décadas, tiene razón. Él vivía en Guadalajara hace 20 años cuando ya los cárteles de la droga, tolerados y alentados por la corrupción del Estado, asesinaban en plena calle. En aquel entonces se decía que los narcos sólo se mataban entre ellos, y que los demás no corrían peligro, salvo cuando eran confundidos con miembros de la banda rival, tal como le sucedió (según la versión oficial) al Cardenal Posadas Ocampo en 1993. Aguirre observa que la cosa no ha hecho sino empeorar. Desde el 2007 el ejército ocupa gran parte del país y la violencia se ha agudizado.
La sinceridad de Aguirre sentó muy mal en una opinión pública dominada por la obsesión de ocultar las apariencias, por disimular el desastre. De ahí lo agrio de las respuestas que casi unánimemente le dirigieron varios periodistas al entrenador nacional. Algunos lo tacharon de hipócrita, malinchista, apátrida, doble cara, y hasta de idiota. Otros lo trataron de entender, e incluso lo defendieron.El malestar es sólo explicable por el hecho de que Aguirre no es sólo el entrenador del equipo nacional, sino una especie de ministro de turismo oficioso, encargado incluso de promover la imagen de México en el extranjero. Por ello el poder lo obligó a arrodillarse y pedir disculpas. El "affaire" Aguirre está lejos de concluir. Seguro que cuando venga la primera derrota en el Mundial no faltará quien atice de nuevo la hoguera en la que lo quisieron quemar vivo por cuestionar dos de las mentiras en las que se sostiene el régimen mexicano.

martes, 10 de noviembre de 2009

Nuevos usos del Museo de Antropología


De la Redacción
Bueno. Se podrá argumentar que el Museo ya estaba unido al futbol desde su origen. Lo disenó y contruyó el mismo arquitecto que erigió el Estadio Azteca: Pedro Ramírez Vázquez, que de nacionalismo sabía un montón.
La firma adidas y los dueños de la selección nacional (Televisa) escogieron el emblemático edificio del Museo de Antropología para presentar la nueva camiseta del Tri. Este hecho puede ser más elocuente de los nuevas manifestaciones posnacionalistas del nacionalismo mexicano. Ese espacio que se ha usado para mitificar el pasado indígena a cambio de no mirar a los de carne y hueso que aún viven (y mal), ahora sirve como para entronizar nuevos ídolos (estos sí más mediáticos) y claro, vender camisetas. Lo dicho, el nacionalismo siempre fue un buen negocio; lo que pasa es que, como todo lo estatal, se privatizó.

viernes, 14 de agosto de 2009

El pequeño gran negocio del nacionalismo

A la redacción de Barrilete Cósmico han llegado recientemente reportes en el sentido de las derivaciones violentas y un tanto vandálicas durante los festejos que un grupo de hinchas mexicanos llevó a cabo en el conocido Ángel de la Independencia luego de la victoria de la selección mexicana sobre la estadounidense por 2-1,el 12 de agosto pasado. No sabemos si por exceso de euforia nacionalista y porque dicho monumento queda -paradoja donde las haya- enfrente de la embajada de ese país en México, algunos arrojaron lo que tenían de contundente a la mano hacia el edificio; algunos otros (al igual que el pasado domingo 26 de julio cuando México derrotó 0-5 a Estados Unidos) intentaron agredir y mofarse de algunos paseantes que parecían (únicamente por carecer de melanina en la piel)extranjeros (de entre las víctimas del ataque del 26 de julio se encuentra una familia de daneses que acertó a pasar por el lugar). Como no somos amigos de la policía y nos intrigan, más bien, las curiosas paradojas de estos comportamientos en un país donde se grita a los cuatro vientos que, a diferencia de lo que sucede en otras partes del mundo, "aquí puedes ir con tu familia al estadio", decidimos pedir una entrevista con el experto en billares, rayos catódicos y fenómenos de masas, el Profesor Teodoro Ornato. Desafortunadamente don Teodoro declinó la entrevista pero nos envió un texto que toca uno de los puntos nodales de la cuestión: el cruce de intereses mercantiles de la televisión nacional, el uso privatizador del nacionalismo con motivo del futbol, y la inconsecuencia que hay en el discurso "familiar" de los moralizantes del micrófono en un país donde se prohibe (por ejemplo) llevar mantas ni banderas al estadio para no provocar a la porra rival. El texto del señor Ornato avanza en estas y otras cuestiones y sin más prólogo le cedo mi silla.

El pequeño gran negocio del nacionalismo

Por Teodoro Ornato

Como siempre, cada vez que hay un partido de la selección, el discurso nacionalista afila sus herramientas para facturar más dinero. Palabras como “pasión” o “fanatismo”, la modalidad deóntica y las parábolas didácticas (“tenemos que ganar” y los ejemplos de cómo debe ser un buen hincha) proliferan por los medios masivos.

Algunas publicidades hacen gala de un nacionalismo verdaderamente inquietante. Hay ejemplos de “promesas”, como “si ganamos voy de rodillas hasta el Ángel”. Hay dobles discursos, como la reivindicación del “fair play” que se deja de lado a la hora de justificar las acciones más violentas de los jugadores nacionales o de desprestigiar todo gesto de juego limpio del contrincante.

No es difícil entender la lógica que sostiene ese nacionalismo. Detrás, asomando su nariz, está don Dinero. La reivindicación del orgullo nacional constituye uno de los mejores ejemplos de eso que los media llaman “temas ómnibus”. Discursos que incluyen a una numerosa porción de los espectadores. ¿Quién va a oponerse, quién va a poner en tela de juicio, un enunciado que dice algo tan general como “tenemos que ganar” o “viva México, cabrones”?

Lo problemático surge luego, y de dos maneras. Por un lado, ese discurso nacionalista se muestra hueco. No se trata de un verdadero cariño por lo nacional, sino de una máscara. Los mismos locutores –llamarlos “periodistas deportivos” sería ofender al periodismo– que esgrimen las palabras como balas (de salva) de un simbólico ejército nacional son los que, al verificarse una derrota, reclaman las cabezas de los directores técnicos nacionales convocando a cualquier caro y extranjero pirata del césped (recuérdese el caso Erikson), son los que enarbolan como ejemplo el trabajo hecho por cualquier otra selección que esté resultando momentáneamente efectiva (con una mentalidad neoliberal muy poco nacional). ¿Por qué hacen eso? Porque lo que importaba ese discurso nacionalista no era la reivindicación de lo nacional sino la posibilidad de ganar dinero. Y si lo nacional no da dinero, pues entonces se prefiere a Erikson o a cualquiera que permita asegurar un ingreso.

Ninguno de esos mismos locutores reivindica, ni observa, ni analiza el trabajo. Pues jugar bien al fútbol también es trabajo. Nadie nace sabiendo jugar bien. Se necesita talacha. Una talacha que reclama tiempo y esfuerzo. Pero el tiempo y el esfuerzo, claro, atentan contra las más caras expectativas neoliberales: dinero rápido, efectividad casual, oportunismo veloz.

El segundo de los problemas, y es sorprendente que los locutores no lo hayan notado, o no tengan el valor y la honestidad de reconocerlo, es que ese mismo discurso nacionalista, que enseña el tipo de actitudes fanáticas que deben caracterizar al espectador (al cliente, en verdad) que sigue incondicional a la selección, es el hecho de que enseña al mismo tiempo el tipo de “pasión” que debe tener cualquiera para el fútbol en general. Si el fútbol, como se esfuerzan en mostrarnos, es “pasión”, ¿por qué la pasión debería limitarse a la selección? ¿Por qué no podría el mismo sujeto adoctrinado en la pasión apasionarse por su equipo en el campeonato local? Así, vemos crecer una lógica casi bélica en los enfrentamientos futbolísticos locales, lógica que los locutores que buscan temas ómnibus detestan, pues subdividen el auditorio de los media en compartimentos más difícilmente manejables. Si en los estadios, ahora, se verifican enfrentamientos violentos entre las porras, y eso dificulta la utilización del fútbol como un espectáculo “familiar”, tampoco se vale –si uno promovió el “apasionamiento” del público– mostrarse sorprendido o hacerse el desentendido. Pues, por mucho que le duela al neoliberalismo, no se puede hacer negocio con todo. Si uno quiere promover comportamientos y prácticas sociales, después tendrá que hacerse cargo de haber promovido comportamientos y prácticas sociales. El mercado, mal que le pese a las empresas, a los empresarios y a los empleados obsecuentes, no es ajeno a la ética.